Los Ecomodernistas

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31 mar 2019
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Los científicos esperan que este año, a nivel mundial, sea el cuarto más caliente del que se tenga registro, siendo solo más cálidos los tres años previos. Desde 2001, hemos vivido en un planeta que ha tenido diecisiete de los dieciocho años más cálidos jamás observados.

Los alarmantes récords de temperatura que han tenido lugar en las dos décadas pasadas son consistentes con un patrón de un siglo, rigurosamente confirmado por múltiples evidencias científicas: la quema de combustibles fósiles ha llevado a un incremento en los gases causantes del efecto invernadero (GHG) en la atmósfera, lo cual ya ha causado aproximadamente un aumento de 1 grado centígrado en las temperaturas globales. El impacto desestabilizador del sistema climático de la Tierra lo siente la gente que vive en todos los países del mundo. Este verano, el récord de calor en Japon y en otros lugares ha causado decenas de muertes. Los bomberos de California lucharon para controlar el más grande incendio forestal del que se tenga registro, uno de veinte que han devastado el estado. Los incendios forestales se propagaron por Canadá e incluso en el Ártico. En Europa, donde los incendios causaron muertes en Grecia, el récord de calor ha dañado severamente los cultivos y ha causado otros eventos anormales. En algunos lugares los ríos estaban tan calientes que algunos reactores nucleares tuvieron que cerrar porque el agua estaba demasiado caliente para enfriarlos.

“Este verano de fuego y calor sofocante se parece mucho al futuro que los científicos nos han venido advirtiendo en la era del cambio climático” escribió Somini Sengupta (2018) en la portada de The New York Times. Resulta revelador, en tiempo real, cuán poco preparado está el mundo para vivir en un planeta más caliente”.

Desentrañar el extraordinario rol jugado por la actividad humana como causa del cambio climático, contribuyendo a eventos extremos (en comparación con las fluctuaciones naturales) es desde hace tiempo un desafío científico. Pero en los años recientes, la investigación en el área de la ciencia se ha desarrollado, transformándose en un campo sólido. A la fecha, los científicos han publicado más de 170 informes abarcando 190 eventos climáticos extremos en todo el mundo, de acuerdo con un análisis de la revista Nature.

Cerca de dos tercios de los eventos climáticos extremos estudiados por los científicos han sido descriptos como más severos o más probablemente producidos por el cambio climático causado por la actividad humana. Los calores extremos dan cuenta del 43 por ciento de estos eventos, seguidos por las sequías (18 por ciento) y las inundaciones o lluvias extremas (17 por ciento) (Schiermeier 2018). Reconociendo las amenazas causadas por el cambio climático antropogénico, en 2015 casi todos los países del mundo se comprometieron, como parte del tratado de las Naciones Unidas sobre el clima,  a mantener durante este año un aumento de la temperatura global menor a los 2 grados centígrados por encima de los niveles pre-industriales y luchar para alcanzar 1,5 grados. Pero para lograr este objetivo, las emisiones de gases invernadero deberían disminuir por lo menos un 70 por ciento hacia 2050 (Tollefson 2018).

Como el cambio de combustibles fósiles a la energía de bajo contenido de carbono va demasiado lenta comparado con lo que se necesita, las emisiones mundiales subieron cerca de un 2 por ciento en 2017, siendo el primer incremento en cuatro años. En una editorial de The Economist, la típica revista optimista colocó al estado del progreso en los términos más directos, diciendo: “El Mundo está Perdiendo la Guerra sobre el Cambio Climático” (“The World” 2018).

Para reemplazar los combustibles fósiles en los diversos países del mundo, el despliegue masivo de energía solar y eólica probablemente deberá complementarse con miles de plantas de energía nuclear avanzadas; plantas de gas natural que capturen y quemen sus emisiones; y una transmisión y almacenamiento de energía gigantes, más poderosos y vastos. Estos son los desafíos que se enfrentan al descarbonizar el sector de la electricidad. Igualmente existen obstáculos abrumadores en los sectores de transporte y agricultura (Temple 2018).

Como países que luchan para limitar sus emisiones de gases invernadero y descarbonizar sus economías, ha emergido un espacio en la vida pública para pensar en forma novedosa sobre el cambio climático, energía y política. En libros, ensayos e investigaciones, un grupo de intelectuales y académicos autodenominados “ecomodernistas” o “ecopragmáticos” han postulado un conjunto de ideas que rompen con el pensamiento convencional, desafiando antiguos paradigmas sobre la naturaleza, tecnología y progreso (Fahy and Nisbet 2017; Nisbet 2014).

El desafío de la descarbonización

El mayor incremento en las emisiones de gases invernadero se da en las naciones asiáticas que buscan hacer crecer rápidamente sus economías y mejorar el estándar de vida de miles de millones de personas. En Asia, el consumo de energía creció un 40 por ciento  entre 2006 y 2016. La India, donde más están creciendo las emisiones, depende del carbón para producir las tres cuartas partes de la electricidad. En 2017, en ese país, el uso del combustible fósil más contaminante creció un 5 por ciento (“The Year” 2018).

En Alemania, a pesar de que el país ha logrado avances sin precedentes en el despliegue de la energía solar y eólica, las emisiones en los últimos dos años han aumentado ligeramente. En 2011, Alemania tomó la imprudente decisión política de eliminar gradualmente sus diecisiete plantas nucleares libres de emisión, lo cual, en ese momento, representaba el 25 por ciento de la generación eléctrica. Al hacerlo, Alemania quedó fuertemente dependiente de algunas de las centrales eléctricas de carbón más sucias del mundo para producir más del 40 por ciento de su electricidad. Los esfuerzos por cortar las emisiones también tambalearon debido a un inesperado crecimiento de la economía y precios de petróleo más baratos, lo cual alentó una mayor utilización de la calefacción hogareña y el transporte automotor basados en el petróleo (“Germany” 2017).

En los Estados Unidos, la buena noticia es que las emisiones han bajado desde su pico histórico de 2007, aunque todavía siguen por encima de los niveles de 1900, de acuerdo con estimaciones gubernamentales oficiales. La declinación ha sido causada en parte por la revolución en la perforación de gas de esquisto, que bajó el costo de generación de electricidad a partir de plantas que queman más limpiamente el combustible, cosa que llevó a la quiebra a muchas plantas generadoras más sucias y caras (Barboza and Lange 2018). Sin embargo continúan las preguntas sobre cuánto metano se derrama en la atmósfera a partir del transporte y la producción natural de gas.

Un estudio reciente ha estimado que la tasa de derramamiento fue un 60 por ciento mayor de lo que había previsto el gobierno estadounidense. Semejante discrepancia es importante para evaluar los beneficios del gas natural, ya que el impacto de calentamiento atmosférico del metano durante las primeras dos décadas luego de su lanzamiento es más de ochenta veces más potente que el dióxido de carbono (Guglielmi 2018). Un exceso de gas natural barato también amenaza a las 100 plantas nucleares libres de emisiones, que generan el 20 por ciento de la electricidad de los Estados Unidos. Debido a que los EE.UU. no tienen un impuesto o tasa nacional para el carbón, el beneficio que producen las plantas nucleares respecto del cambio climático no se factoriza en sus costos operativos. Desde 2013, cerraron cinco plantas nucleares y está planeado cerrar seis más para 2025, inclusive cuando estas viejas centrales pueden seguir operando durante décadas.

En la mayoría de los estados, el poder solar y eólico no van a poder tomar la posta respecto de la generación de electricidad. En cambio, el poder nuclear será reemplazado por gas natural, más sucio (Plumer 2017). Un punto positivo puede ser California, la quinta economía mundial. Aunque la población ha aumentado —la economía ha crecido un 40 por ciento en las dos décadas pasadas— la intensidad del carbón en la economía de California (el monto de contaminación de carbón por millón de dólares de crecimiento económico) ha bajado un 38 por ciento y ahora está por debajo de los niveles de 1990. En 2016, el año más reciente del que se tienen datos, la densidad del carbón declinó un 6 por ciento a pesar de que la economía creció un 3 por ciento (Barboza and Lang 2018). El cambio se debe a una mayor declinación en las emisiones del sector de la electricidad. Las mejoras en todo el estado respecto de la eficiencia energética no solo han reducido la demanda de electricidad a pesar del crecimiento de la población, también influyeron una baja del precio de los paneles solares combinada con los mandatos estatales de energía renovable han acelerado la transición de plantas de gas natural a fuentes de energía más limpias.

La lluvia, luego de cinco años de sequía, también incrementó la generación eléctrica a partir de la hidroenergía (Barboza and Lange 2018). California todavía enfrenta muchos desafíos. La clausura ya planificada de la última planta nuclear del estado puede cambiar la generación de electricidad hacia el gas natural. Las emisiones provenientes de autos y camiones, que ya son la principal fuente de contaminación de carbono en el estado, continúan aumentando. Hasta ahora no han ayudado los precios más bajos de la gasolina como tampoco lo han hecho los consumidores al preferir autos más grandes y menos eficientes, más la lenta adquisición de vehículos eléctricos (Barboza and Lange 2018). El éxito continuado de California y los Estados Unidos también pone una bisagra en la política federal del país. Pero la administración de Donald J. Trump desde que asumió la presidencia instaló agencias reguladoras y científicas de lobistas de la industria del combustible fósil y operadores conservadores que se pasaron sus carreras poniendo dudas sobre la ciencia climática y oponiéndose a cualquier política para cortar las emisiones.

De acuerdo a un estudio reciente, la industria de los combustibles fósiles y otros sectores que son emisores mayores disfrutan de una ventaja lobista de 10 a 1 sobre los grupos ambientales y el sector de energía limpia (Brulle 2018). Con semejante desventaja, incluso si los demócratas retomaran el control de la Casa Blanca y el Congreso, cualquier cambio climático exitoso relativo a la legislación, no solo necesitará apoyo republicano sino el de los mayores actores de la industria del combustible fósil. Pero es factible que los ambientalistas se opongan a tales concesiones ya que han ganado una considerable influencia en el Partido Demócrata. Para ganar las primarias partidarias, los demócratas que compiten en los distritos y estados donde dominan los votantes liberales han prometido promover una plataforma “100% renovable” que se opone a toda nueva infraestructura de combustibles fósiles, busca una proscripción de la extracción de gas natural a alta presión (“fracking”), y pide la clausura de las plantas nucleares (Nisbet 2015).

El ascenso del ecomodernismo

Las raíces del ecomodernismo se pueden rastrear en un puñado de libros, artículos y planes de acción influyentes por primera vez publicados hace una década. En Whole Earth Discipline (El autocontrol total de la Tierra), publicado en 2009, el ecologista y futurista Stuart Brand expuso un rango de estrategias renovadoras para llegar a una sociedad sostenible. Sus ideas fueron eficazmente expuestas en el subtítulo: Why Dense Cities, Nuclear Power, Transgenic Crops, Restored Wildlands, and Geoengineering Are Necessary (Por qué son necesarias las ciudades densas, el poder nuclear, los cultivos transgénicos, las tierras restauradas y la geoingeniería).

Brand advirtió correctamente que las tecnologías de “tendencia energética suaves” como la solar y la eólica favorecidas por los ambientalistas no podrían vencer los problemas de intermitencia, capacidad de almacenamiento, y costo, y ser alcanzables en el tiempo para alterar la dinámica del uso y la dependencia mundial de la energía proveniente de combustibles fósiles. Él y otros ecomodernistas han señalado la demanda de crecimiento en Asia, África y Europa del Este y las costas hundidas que estas regiones en las cuales se está poniendo carbón y otros combustibles fósiles.

Las más de mil millones de personas de todo el mundo que todavía no tienen acceso a la electricidad quieren decir que el cambio climático constituye una razón para acelerar más que retardar las transiciones de energía, según afirman los pensadores ecomodernistas Ted Nordhaus y Michael Shellenberg (2007; 2013) en un libro y numerosos ensayos. Aquellos países que en el siglo pasado han tenido acceso a abundantes y baratas formas de energía han obtenido enormes ganancias respecto de su crecimiento económico y seguridad humana. Hoy, el mayor imperativo para la gente que vive en países en desarrollo, tales como la India, es obtener el mismo acceso y lograr un estándar de vida occidental.

Durante los años ‘60 y 70’, mientras los países norteamericanos y europeos conseguían seguridad y prosperidad económicas, sus habitantes comenzaron a presionar a sus gobiernos para acelerar los esfuerzos para reducir la contaminación, desacalerar las tasas de deforestación y limitar el uso de la tierra, para de esta manera conservar la naturaleza en lugar de destruirla. Algo similar está ocurriendo en China, cuyo crecimiento económico manejado por el estado ha derivado en una creciente y próspera clase media.

Pero para que en China continúe el crecimiento, y la India y otros países en desarrollo también tengan acceso a abundantes formas de energía, se requieren innovaciones transformadoras respecto de la “energía dura”, como la nuclear, y el confinamiento del carbono, junto con avances similares en la alta tecnología solar, la transmisión de energía y las tecnologías de almacenamiento de energía. Se necesitarían estos avances no solo para enfrentar la demanda de crecimiento en dichas regiones sino también para limitar las emisiones de las miles de plantas de carbón que están en funcionamiento y también las que están programadas para construirse en todo el mundo.

En Why We Disagree about Climate Change (Por qué disentimos sobre el cambio climático) (2009), el geógrafo Mike Hulme argumenta que el cambio climático ha sido mal diagnosticado como un problema ambiental convencional. En cambio, era lo que los académicos en política referían como un problema  exclusivamente “súper-retorcido”, no algo que la sociedad iba a resolver o terminar, como la pobreza o la guerra. Era algo que íbamos a hacer mejor o peor con el tiempo.

Como un problema súper-retorcido, argumentan otros ecomodernistas, el cambio climático es tan complejo en escala, con tantas causas diferentes que una única solución como un impuesto al carbono o un acuerdo internacional sobre emisiones probablemente no pueda ser políticamente perdurable o efectivo. En cambio, se necesitarían las políticas para implementarse a niveles estatales, regionales y bilaterales y a través de los sectores privados y sin fines de lucro (Prins and Rayner 2007; Verweij et al. 2006).

A nivel internacional, los ejemplos incluyen enfocarse más restringidamente en la reducción especialmente poderosa, pero fácil de abordar, de los gases de invernadero tales como el carbono negro (u hollín) de los autos gasoleros y estufas sucias y el metano que se filtra al aire en las tuberías de gas. A niveles nacionales y estatales, los ejemplos a menor escala incluyen a los programas gubernamentales de obtención de tecnología, mayores inversiones en la resistencia al cambio climático para proteger las ciudades, la gente y las industrias; subsidios para los recursos renovables, la energía nuclear y el confinamiento del carbono; financiamiento para mejores investigaciones sobre la energía e inversiones para aminorar la resistencia hacia el cambio climático. Según los ecomodernistas, a medida que se logren estos pequeños éxitos no solo ganaremos más tiempo para lidiar con los más grandes desafíos políticos sino también empezar a reconstruir redes de confianza y cooperación a través de las diferencias políticas mientras experimentamos nuevas soluciones y tecnologías (Nordhaus et al. 2011; Prins and Rayner 2007).

Estas ideas y otras han sido investigadas, expandidas y promovidas por el Breakthrough Institute, un comité de expertos de centro-izquierda fundado por Ted Nordhaus y Michael Shellenberger. En 2015 ambos convocaron a otros pensadores para crear el Manifiesto Ecomodernista. Allí argumentan que el cambio climático y otras crisis ambientales no son razones para cuestionar las políticas económicas y los avances tecnológicos que han permitido que la sociedad humana floreciera en el siglo pasado. Ciertamente, frenar o detener las ganancias sociales que hemos alcanzado a través de la innovación tecnológica, descarta las mejores herramientas que tenemos para combatir el cambio climático, proteger la naturaleza y ayudar a la gente. Los problemas ambientales urgentes que enfrentamos constituyen evidencia a favor de una mayor modernización, en lugar de una menor modernización (Asafu-Adjaye et al. 2015).

Sostienen que la esperanza de un futuro mejor comienza con tecnologías avanzadas que intensifiquen ‑en lugar de debilitar‑ nuestro dominio de la naturaleza.

Los cultivos de alta tecnología, el poder nuclear avanzado, el confinamiento y almacenamiento del carbono, la acuacultura, la desalinización y los paneles solares de alta eficacia tienen el potencial no solo de reducir las demandas humanas sobre el medio ambiente sino también de desencadenar el crecimiento económico necesario para sacar a la gente de la pobreza extrema. Estos avances van a permitir que más personas vivan en ciudades más grandes que tienen más infraestructura. La gente que vive en las ciudades también tiende a tener menos hijos, haciendo descender así la tasa de crecimiento de la población. Desde esta perspectiva, los avances tecnológicos y la urbanización van a dejar más espacio libre en el planeta para la naturaleza, “separando” el desarrollo humano del consumo de reservas y combustible fósil.

Para alcanzar este futuro, los ecomodernistas advierten que tenemos que confiar en fijar el precio del carbono, la inversión de alto impacto social, el capital de riesgo, Silicon Valley, y otros mecanismos neoliberales basados en el mercado para incentivar la innovación tecnológica y el cambio social. Necesitamos enfocarnos más intensivamente en comprender cómo ocurren los avances tecnológicos y el rol del planeamiento y gasto del gobierno —más que en el mercado— como el principal factor de innovación y cambio social. Una vez que haya tecnologías disponibles para llevar a cabo acciones significativas acerca del cambio climático y otros problemas menos costosos, predicen los ecomodernistas, va a disminuir notablemente los debates políticos sobre la incertidumbre científica. El desafío no es encarecer los combustibles fósiles sino hacer que sus alternativas sean más baratas y poderosas.

Bajo estas condiciones, será más fácil obtener cooperación política de todo el espectro ideológico y de los países en desarrollo. Es más probable que los líderes de las naciones y sus electores estén más cerca de conservar la naturaleza porque ya no la necesiten más para lograr sus objetivos económicos que por cualquier razón ideológica o moral. Durante el año pasado, las ideas ecomodernistas han recibido un empuje del lingüista cognitivo Steven Pinker, de la Universidad de Harvard (2018), que en su best-seller Enlightenment Now (Ilustración ya) dedique su capítulo sobre el medio ambiente a abogar en nombre de la filosofía y la necesidad de tecnologías tales como la nuclear.

Pinker es parte de un género paralelo de los autores denominados “Nuevos optimistas”, quienes se inspiraron en el trabajo de Hans Rosling y los científicos que se dedican a convertir los datos en información y conocimiento. En charlas TED, un libro reciente y vistosamente ilustrado con gráficos disponibles en el sitio web Our World in Data, Rosling y sus colegas han demostrado las muchos caminos a través de los cuales las sociedades humanas están floreciendo en la era del cambio climático, contrarrestando una poderosa narrativa cultural acerca de que el mundo ha estado durante décadas en un estado de crisis imparables, declinación y sufrimiento (Rosling et al. 2018).

Evaluar el disenso

Para los ecomodernistas, el progreso tecnológico y político también requieren involucrarse respetuosamente con una diversidad de voces e ideas. “Muy a menudo las discusiones sobre el medio ambiente han estado dominadas por los extremos, y plagadas de dogmatismo, lo cual alimenta la intolerancia”, escriben en el Manifiesto.

En su fuero íntimo, los ecomodernistas creen en aplicar los principios de la Ilustración relativos al escepticismo y el disenso, los cuales son esenciales para tomar decisiones inteligentes y eficaces, especialmente en relación a los problemas extremadamente complejos como el cambio climático. Numerosos estudios sociales demuestran que en situaciones donde se defiende cautelosamente el pensamiento grupal, excluyendo las voces de disenso, los individuos y grupos tienden a tomar decisiones mediocres y a pensar en forma menos productiva.

Por el contrario, la exposición al disenso, incluso cuando los argumentos puedan ser equivocados, tiende a ampliar el pensamiento, llevando a los individuos a pensar de manera más abierta, en múltiples direcciones, considerando una mayor diversidad de opciones, reconociendo fallas y debilidades en las posturas. “El aprendizaje y las buenas intenciones no nos salvarán de pensamientos sesgados y juicios mediocres”, observa el psicólogo  Charlan Nemeth de la UC-Berkeley. “Un camino mejor es que nuestras formas de pensar sean directamente desafiadas por alguien que cree auténticamente en algo diferente de lo que creemos nosotros” (Nemeth 2018, 191). Actuando con estos principios, el Breakthrough Institute ha invertido en “Diálogos”, dos veces por año, en San Francisco y Washington D.C., creando el excepcional foro donde progresistas, liberales, conservadores, ambientalistas e industriales van juntos a debatir ideas y tomar contacto con otras conversaciones que abarcan a distintos sectores civiles.

Para elaborar estas ideas, el instituto también publica el  Breakthrough Journal y produce la serie de podcasts Breakthrough Dialogues. Mientras manejamos las tantas amenazas que enfrentamos debidas al cambio climático, al activismo comunitario y a las reformas políticas que mantiene la industria de los combustibles fósiles, que son importantes, también lo es la búsqueda de un arsenal más avanzado de opciones tecnológicas y una reconsideración de nuestros objetivos económicos. Pero también es importante la inversión en nuestra capacidad para aprender, discutir, cuestionar y disentir involucrándonos constructivamente con ideas que nos resultan desagradables o incómodas (Nisbet 2014).

Desafortunadamente, la mayoría de los académicos y periodistas evitan desafiar las poderosas formas del pensamiento grupal que han estropeado nuestros esfuerzos para combatir (por) el cambio climático. A este respecto, los ataques de aquellos que cuestionan conjeturas valiosas han tenido un poderoso y espeluznante efecto. Por lo tanto, nosotros dependemos de los intelectuales dispuestos a correr el riesgo, como hacen los ecomodernistas para guiarnos en el camino, identificando las fallas en la sabiduría convencional, ofreciendo vías alternativas de pensamiento y hablando sobre nuestro futuro compartido.

Matthew Nisbet es Profesor Asociado de Comunicación de la Northeastern University y consultor técnico del CSI (Comité para la Investigación Escéptica)

Este texto ha sido publicado originalmente en la sección “La ciencia de la comunicación de la ciencia”, del periodico Skeptical Inquirer Volumen 42.6, Noviembre / Diciembre 2018 (https://www.csicop.org/si/show/the_ecomodernists_a_new_way_of_thinking_about_climate_change_and_human_prog). Traducción por Alejandro Borgo.

Referencias

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